Cinco panes de cebada
Autora: Lucía Baquedano
Editorial: Ediciones SM
Dedicatoria: "A Marta, Adriana, María, Blanca, Ana, Belén, Lucía, María, Elisa, Itziar y Clara".
Año: 1992
Páginas: 175
Año de la primera publicación: 1981





Muriel tiene 21 años y acaba de terminar su carrera de maestra. Como alumna destacada espera lograr una plaza en una muy buena escuela. Sin embargo, gran sorpresa se lleva cuando recibe la noticia que ha sido destacada a una escuela en un pequeño pueblo llamado Beirechea, en las montañas del Pirineo navarro, donde le esperan muchos desafíos que en un inicio la desalientan, pero con constancia logrará más de lo que hubiera imaginado...





"Cinco panes de cebada" fue finalista del premio Gran Angular de 1979. Es una novela relativamente corta, entretenida, de lectura rápida y sencilla, dirigida sobretodo a un público juvenil, con un objetivo definido: transmitir mensajes sobre valores, conducta y religión. Así conocemos a Muriel, una típica joven de ciudad que siente que se le cae el mundo al ser enviada como maestra a Beirechea, un pueblo perdido en el mapa. A decir verdad, la protagonista en un inicio saturaba con sus quejidos, su engreimiento y su incomodidad a la vida del campo. Sin embargo, con el transcurrir de las páginas vamos viendo como se produce un cambio en ella, logrando adaptarse y aportando significativamente al progreso del pueblo con su labor educativa, hasta llegar a encontrar el amor.

Un libro que se lee muy rápido, recomendado especialmente a los jovencitos y a las personas que tienen la importante misión de educar.

No quería dejar de mencionar mi disconformidad con la portada de esta edición, ya que la mujer que se observa en la fotografía no representa para nada a la protagonista (Muriel tiene 21 años, la de la fotografía aparenta más de 40), hecho que me confundió al adquirir el libro y leer la sinopsis, haciéndome la idea de que nuestro personaje tenía mucha más edad.





















... Pero no trates nunca de comprender a los hombres, Muriel. Amalos. Y cuando hayas aprendido a quererlos, verás como nada te importa no comprenderlos.
Pág. 30



... Piensa que todo esto, que ahora te parece sólo melaza, va a florecer, que estas almas son verdaderamente grandes aunque estén encubiertas por esa rudeza que hoy tanto te duele. Te aseguro que no es mala voluntad, sino más bien  algo parecido a fuerza de costumbre.
Pág. 32



"No trates de comprender a los hombres. Ámalos."
Pág. 33


- Tú también tienes que hacerlo. Roturar, abonar, sembrar; y después, esperar. Si la tierra es preparada y cuidada con esmero, todas las semillas germinan y dan fruto. Pero no olvides que se siembra casi en los albores del invierno, y se cosecha en verano.
Pág. 42



- ¡Libros! -grité entusiasmada-. ¡Había libros!
Y los tres me miraron como si estuviera loca, pero yo, sintiendo una enorme alegría, les dije adiós, y me alejé de ellos.
Sí. Ahí estaba la diferencia. Aquel hombre leía. Leía porque en la casa había libros. Los había visto en la sala. Muchos libros colocados aquí y allá sin ningún orden. Había una hilera de ellos encima  del arca; y el vasar, donde en otras casas colgaban  la loza, estaba aquí convertido en librería. Había libros en las repisas de las ventanas, en la de la chimenea y en casi todas las sillas.
Pág. 62



Tengo que conseguir que mis chicos lean -pensé sin dejar de dar a los pedales-. Quizá su salvación esté en los libros. Leyendo puede que sientan alguna inquietud y entonces nazca en ellos el afán de saber y el amor al estudio, y si su destino está en quedarse aquí, en vivir del campo, los libros serán  como una prolongación de la escuela.
Pág. 63



Nos dijimos adiós y yo me marché a casa. Me pareció como si en vez de pedalear volara... Me parecía que acabara de ocurrirme lo más bello de la vida y que todo lo de mi alrededor era ahora más bonito.
Pág. 97


Le miré. Era esa hora en que aún no ha anochecido del todo y todas las cosas se ven más bonitas, con una luz que no es precisamente la del sol, que parece que brota de nosotros mismos.
Pág. 127



Debió de ser un caso de telepatía.
- ¿Tienes novio?
- No. Y tú, ¿tienes novia? -después de todo, si él me lo había preguntado, también podía hacerlo yo.
- Tampoco.
Y luego, como en un arranque de buen humor, añadió:
- La tuve. Pero me dejó por malo.
Me saltó la risa. Comprendo que no era lo más oportuno, pero es que yo soy el colmo. Nunca reacciono como debiera, y entonces tuve ganas de reir, porque me había puesto muy contenta.
Pero a él no le importó, porque también se rió.
Pág. 134





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