Equipaje de arena












Autora: Anna Langfus
Título original: Les bagages de sable 
Género: Novela
Editorial: Plaza & Janés
Traducción: Ramón Hernández
Portada: C. Sanroma
Año:1963
Páginas: 305
Año de la primera edición: 1962
Calificación: 4/5

Años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, María, una joven polaca cuya familia ha sido exterminada por los nazis, sufre las consecuencias de la guerra. Ella ya no es la misma. Vive con el dolor y los recuerdos. Escapando siempre del mundo real...



Equipaje de arena fue Premio Goncourt, uno de los galardones literarios más importantes de Francia, el año de 1962. Basada en la propia experiencia de la autora, nos narra el día a día de una muchacha polaca marcada por la guerra.




La Segunda Guerra Mundial ha terminado hace ya varios años, y sin embargo, María no logra aún encontrar la motivación necesaria para continuar con su vida. Obviamente la experiencia que deja la guerra en las personas no es la misma, considerando que todos los individuos somos distintos y procesamos las cosas de diferente manera. En este caso, María no logra rehacer su vida. Ella se encuentra viviendo entre el dolor de los recuerdos, atormentada por sus sueños, abstrayéndose de la realidad y ocultando su sensibilidad ante el mundo que la rodea con una dura coraza. La vemos siempre dejándose llevar, vagando sin rumbo por la ciudad, ya sea sumida en sus pensamientos, recordando a sus padres y hermano fallecidos o intentando mantener ocasionalmente conversaciones con gente desconocida sin involucrarse en una amistad, y es en estas circunstancias en que conoce entre otras personas a Michel, un anciano quien saca a pasear todas las mañanas a su perro Lenox.

Narrada en primera persona, a través de las páginas del libro nos vamos involucrando en la tristeza crónica de María, su dolor, angustia, desesperanza y soledad. Tal como dice el título, ella carga con un pesado equipaje de arena. Un libro intenso que trata el tema de la guerra desde otra perspectiva, desde la psiquis, cuidándose de no exponer crudamente la barbarie nazi para conmover o impactar al lector, sino en este caso la autora se centra en las heridas permanentes y el dolor que deja la guerra.





-¿Así que tú eres la pariente pobre a la que mi padre se empeñaba a toda costa de traer a casa? Mamá y yo se lo desaconsejamos, pero, ¡es tan vanidoso! Si quieres volver aquí, tendrás que halagarle mucho y mostrarte muy humilde. Pero tengo la impresión de que no resultarás una pariente pobre cómoda.
Pág. 30


Llegada al límite de mis fuerzas me arrastro hacia mi habitación y me digo a mí misma que debo de estar enferma. He contraído la enfermedad de la guerra. Bajo  mi piel,  se pudren tumores, llagas, forúnculos. Basta que alguien toque el punto sensible para que empiece a chillar, para que pierda el dominio de mí misma. Estoy realmente enferma. Falta saber si es una enfermedad incurable, si no existe para ella remedio alguno. Dicen que el tiempo es el remedio. Dicen que el tiempo cierra las llagas, hace que se reabsorban los  forúnculos, y cura los tumores y los quistes. Nada resiste al tiempo, es bien sabido. Sí, pero ¿y el modo de empleo? Estoy dispuesta a tomar esta medicina, a aplicarme en todo el cuerpo esta buena pomada que arruga la piel y seca los recuerdos. O he tomado una cantidad insuficiente de la misma, o me la administro mal. Sólo sé encolerizarme, compadecerme de mí misma, llorar, gritar, no tengo paciencia para esperar el efecto maravilloso, el alivio, la curación. Y, a decir verdad, no creo en esta medicina. No, no creo en ella. ¿Y cómo curarse si uno no cree en la medicina? La moral, desde luego, la moral del enfermo... No menee la cabeza, doctor, y dígame por qué no se construyen hospitales especiales para esta clase de enfermedad. Como se cuida a los cancerosos. A falta de una auténtica curación, cuando menos se administrarían esperanzas, ilusiones, se adormecería el dolor, se calmarían los ataques con calmantes o con buenas palabras. Ello respondería al ideal humanitario de nuestra civilización. Acelero el paso. Lejos, me espera la cama, y el cubrecama con el que me tapo hasta la cabeza.Pág. 61



Mierda. Es la palabra que digo, cada mañana, al abrir los ojos. Una palabra muy útil. Puede traducir toda una gama de sentimientos en sus matices más sutiles, estados de espíritu y hasta ideas. Se adapta siempre a lo que uno quiere expresar. Un día gris, enfermizo. Mierda. Un sol de plomo. Mierda. Hay que levantarse. Mierda. No me movería, me pasaría todo el día en la cama. Mierda, porque me levanto.Pág. 62



- La guerra es algo excitante -digo-. Libera al hombre del peso de la vida cotidiana y le permite adquirir plena conciencia de sus posibilidades.Sigo jugando con el perro. No miro al hombre, pero siento sus ojos fijos en mí.- ¡Qué significa esto? -dice-. ¿Qué le ha pasado?- Nada -digo-. Absolutamente nada.- Eso que ha dicho de la guerra no tiene ningún sentido. Vencedor o vencido, el hombre sale siempre humillado de ella. Pero usted lo sabe tan bien como yo. Y sabe igualmente que, entre asesino y víctima, sólo la ocasión establece la diferencia.Pág. 63




... Al fin dice:- Eres joven. Te queda aún toda la vida por delante.Desde luego, mientras yo le hablaba, él solo pensaba en sí mismo. "Tus muertos -quiere decirme sin duda-, tus dramas, todo esto no tiene la menor importancia, puesto que eres joven, y eres capaz de hacer el amor durante largos años todavía". Entonces, bruscamente, digo:- Quiero estar sola. Váyase.Se levanta y con voz que vuelve a ser humilde, murmura:- Buenas noches, María.Siento en mí unos deseos perversos, ofensivos, de reír. Hablar, explicarse, confiarse... ¿Y qué más? Cada uno de nosotros es prisionero de su pequeña historia personal, y cada uno exige a los demás que salgan de esta cárcel, que se olviden de sí mismos. Pero, por ambas partes, vigila un implacable carcelero. No hay comunicación posible. El silencio. El secreto. He pretendido conmover a un sordo con el triste relato de mis desdichas; yo, la pequeña víctima de guerra. ¿Qué son la guerra y sus muertos para quien debe sostener su propio combate y a quien no basta toda su compasión para enternecerse ante sus propios pesares? Sin duda habría que establecer una escala de valores para la desdicha humana. Se harían cálculos, comparaciones. Yo soy más desgraciada. O tú. Pruebas al canto. ¿O acaso todo el sufrimiento es único, inherente a un solo ser e incomprensible para los demás?Pág. 100



...Los latidos de mi corazón redescubren un ritmo antiguo, que creía olvidado: el de la guerra.Pag. 109




... Y entonces, el sufrimiento, que se impacientaba, que acechaba el momento en que me encontrara  sola, se arroja sobre mí. Y lo acompañan todos los viejos sufrimientos  que en el pasado han atormentado mi cuerpo. Aprovechan la ocasión. Vuelven para ver si cumplieron bien su cometido, si su obra perdura. Pueden sentirse satisfechos: el suyo fue un buen trabajo. Les siento sobre mí, comprobando, admirando, palpando, con las garras fuera.Pag. 233





- Mira lo que te he traído.   Se saca de debajo del abrigo un perrito, y lo deja en el suelo, cerca de mi. Es blanco, con sólo una manchita negra en el hocico. Apenas sabe caminar, y permanece allá, temblando, llorando con gemidos quejumbrosos. Domino mis manos, que se disponían  apoderarse de esta cosita indefensa.- ¿Te gusta? - pregunta Michel Caron.- Es muy mono -digo.Y pienso, al mismo tiempo, que uno debe de contraer un gran afecto por un cachorro que depende enteramente de ti; que debes experimentar un vivo placer alimentándole, acariciándole, tranquilizándole. Pienso que el cachorro podría modificar el ambiente de esta habitación y prestarle una apariencia de hogar, de un hogar apacible en cuyo seno se sentiría al abrigo. Pienso también que un perro cobra afecto por su amo, solo por él vive, y que hay que pagar este afecto con el deber que crea; que corresponder a este afecto sería una responsabilidad, una carga. Yo no vivo en ninguna parte y no tengo mañana; no puedo permitirme el lujo de preocuparme de otro ser, cualquiera que sea...Pag. 268








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