Sonata de primavera







Sonata de primavera
Ramón del Valle-Inclán 
Novela Salvat editores - Alianza editorial 
Biblioteca básica Salvat 
1972 
140 pág. 
Fecha de la primera publicación: 1904 




 

El Marqués de Bradomin es enviado por el Papa a la ciudad de Ligura (Italia) para llevar el capelo cardenalicio a Monseñor Estéfano Gaetani, rector del Colegio Clementino y perteneciente a una familia de príncipes. Sin embargo, al llegar se da con la nefasta noticia que el monseñor se encuentra gravemente enfermo debido a un accidente. Allí conoce a la preocupada esposa del enfermo, la Princesa Gaetani y sus cinco hijas, quedando perdidamente enamorado de la mayor de ellas: María del Rosario.  






Sonata de primavera forma parte de las Sonatas, conjunto de cuatro libros publicados por el referido autor haciendo referencia a las estaciones del año. Así tenemos además a la Sonata de Otoño (1902), Sonata de Estío (1903) y Sonata de Invierno (1905). En ellas se narra las ficticias memorias del Marqués de Bradomin, dándole un énfasis especial al aspecto amoroso.

Sonata de primavera es la historia de un hombre enamorado y apasionado que vive cada minuto intensamente, siendo capaz de transgredir las formas y protocolos muy estrictos de la época donde se desenvuelve la historia, en un ambiente marcado por la religiosidad, aún a costa de perderlo todo. En estas memorias, el Marqués de Bradomin recuerda los momentos vividos con mucha nostalgia y como él mismo señala en más de una ocasión, aunque hayan pasado los años, todavía el recuerdo lo hace suspirar.

Valle-Inclán en este libro hace gala de su prosa elegante, estilizada, pero no por ello el libro es de difícil lectura, al contrario, es muy ágil a pesar del lenguaje refinado. Cuida los detalles, las formas, los diálogos, transportándonos a cada escenario donde no faltan las flores y los aromas, recordándonos siempre una bella estación como es la primavera. Además de esto, no faltan las referencias a las obras de los grandes maestros como Botticelli, Rubens, Rafael y Leonardo. Todo esto hace que la narración sea como música suave y armoniosa para nuestros oídos, una verdadera sonata de primavera.

En conclusión es un muy buen libro. Una corta pero intensa historia. Una joya, una delicia para el lector. 










 



  


Monseñor apenas pudo entreabrir los ojos y alzarse sobre las almohadas, cuando el sacerdote que llevaba el viático se acercó a su lecho: Recibida la comunión, su cabeza volvió a caer desfallecida, mientras sus labios balbuceaban una oración latina, fervorosos y torpes. 
Pág. 37 


-¡Ya las conoces!
Yo me incliné:
-¡Son tan bellas como su madre!
- Son muy buenas y eso vale más.
Yo guardé silencio, porque siempre he creído que la bondad de las mujeres es todavía más efímera que su hermosura.
Pág. 39 


¡Cuán flaca es nuestra humana naturaleza, y cuán frágil el barro del que somos hechos!
Pág. 43

Al inclinarme sobre la balaustrada yo sentí que el hálito de la primavera me subía al rostro. Aquel viejo jardín de mirtos y de laureles mostrábase bajo el sol poniente lleno de gracia gentílica. En el fondo, caminando por los tortuosos senderos de un laberinto,  las cinco hermanas se aparecían con las faldas llenas de rosas, como en una fábula antigua. A lo lejos, surcado por numerosas velas latinas que parecían de ámbar, extendíase el Mar Tirreno. Sobre la playa de dorada arena morían mansas las olas, y el son de los caracoles con que anunciaban los pescadores su arribada a la playa, y el ronco canto del mar, parecían acordarse con la fragancia de aquel jardín antiguo donde las cinco hermanas se contaban sus sueños juveniles, a la sombra de los rosáceos laureles.  
Pág. 49


Los mirlos cantaban en las ramas, y sus cantos se respondían encadenándose en un ritmo remoto como las olas del mar. Las cinco hermanas habían vuelto a sentarse: Tejían sus ramos en silencio, y entre las púrpuras de las rosas revoloteaban como albas palomas sus manos, y los rayos del sol que pasaban a través del follaje, temblaban en ellas como místicos haces encedidos. Los tritones y las sirenas de las fuentes borboteaban su risa quimérica, y las aguas de plata corrían con juvenil murmullo por las barbas limosas de los viejos monstruos marinos que se inclinaban para besar a las sirenas, presas en sus brazos. Las cinco hermanas se levantaron para volver a Palacio. Caminaban lentamente por los senderos del laberinto, como princesas encantadas que acarician un mismo ensueño. Cuando hablaban el rumor de sus voces se perdía en los rumores de la tarde, y solo la onda primaveral de sus risas se levantaba armónica bajo la sombra de los clásicos laureles.
Pág. 50


Al entrar al oratorio mi corazón palpitó. Allí estaba María Rosario, y cercano a ella tuve a suerte de oír misa. Recibida la bendición, me adelanté a saludarla. Ella me respondió temblando. También mi corazón temblaba, pero los ojos de María Rosario no podían verlo.
Pág. 64
 

Yo le pregunté con una emoción para mí desconocida hasta entonces:
- ¿Es la mejor de sus hermanas? 
- Y la mejor de las criaturas. Esa niña ha sido engendrada por los ángeles.
Y el señor Polonio, enternecido, comenzó un largo relato de las virtudes que adornaban el alma de aquella doncella hija de príncipes...
Pág. 65


Mucho tiempo permanecía reclinado sobre el florido balconaje de piedra contemplando el jardín. En el silencio perfumado cantaba un ruiseñor, y parecía acordar su voz con la voz de las fuentes. El reflejo de la luna iluminaba aquel sendero de los rosales que yo había recorrido otra noche. El aire suave y gentil, un aire a propósito para llevar suspiros, pasaba murmurando, y a lo lejos, entre mirtos inmóviles, ondulaba el agua de un estanque. Yo evocaba en la memoria el rostro de Maria Rosario, y no cesaba de pensar:
- ¿Que siente ella?... ¿Que siente ella por mí?...
Bajé lentamente hacia el estanque. Las ranas que cantaban en la orilla saltaron al agua produciendo un ligero estremecimiento en el dormido cristal. Había allí un banco de piedra y me senté. La noche y la luna eran propicias al ensueño, y pude sumergirme en una contemplación semejante al éxtasis, confusos recuerdos de otros tiempos y otros amores se levantaron en mi memoria. Todo el pasado resurgía con una gran tristeza y un gran remordimiento. Mi juventud me parecía mar de soledad y de tormentas, siempre en noche. El alma languidecía en el recogimiento del jardín, y el pensamiento volvía como el motivo de un canto lejano:
- ¿Que siente ella?... ¿Que siente ella por mí?...
Pág. 92


Mi Capitán, un padre capuchino desea hablaros.
- Dile que estoy enfermo.
- Se lo he dicho, Excelencia.
- Dile que he muerto.
- Se lo he dicho, Excelencia.
Miré a Musarelo que permanecía ante mí con un gesto impasible y bufonesco:
¿Pues que pretende ese padre capuchino?
-Rezaros los responsos, Excelencia.
Pág. 103 







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