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Huasipungo











Autor: Jorge Icaza Coronel
Género: Novela 
Editorial: Plaza y Janés Editores

Portada: Jordi Sánchez
Año: 1989

Páginas: 189
Fecha de la primera edición: 1934
Calificación: 4/5


Alfonso Pereira no tiene opción. Se ve obligado a aceptar la propuesta de negocio de su tío Julio, a quién adeuda una gran cantidad de dinero, por lo que deberá trasladarse a su hacienda en Cuchitambo a la que tiene casi olvidada e instalar allí un campamento de explotación maderera formando una sociedad con su tío y un americano conocido como mister Chapy.

Don Alfonso acostumbrado a la vida de la ciudad no se encuentra muy entusiamado con mudarse nuevamente al campo pero de alguna manera, será una salida para otro problema que tiene, y es que se acaba de enterar que su hija soltera está embarazada (escándalo y verguenza para la familia en ese entonces) así que este viaje servirá para ocultarla de la mirada pública y el que dirán.

La llegada de la familia Pereira traerá a los alrededores de la hacienda Cuchitambo más abuso y explotación de la que ya se daba a los indios por parte de sus representantes, terratenientes y el cura del pueblo.


Huasipungo es una de las novelas representativas de la literatura indigenista y una de las más importantes de la literatura ecuatoriana. Fue publicada por primera vez en la ciudad de Buenos Aires al resultar ganadora de un concurso organizado por la Revista Americana el año 1934. Asimismo, fue traducida a diversos idiomas causando gran interés en el público lector, como por ejemplo en la entonces Unión Soviética, siendo posteriormente nombrado el referido autor, embajador ecuatoriano en ese país.

El nombre que le da a la novela: huasipungo, es una palabra de origen quechua ("huasi" casa, "pungo" puerta) que denomina a las parcelas de tierra que entregaban los dueños de hacienda a los indios para que vivan en ella a cambio de trabajo sin remuneración, sin embargo, estas parcelas les podían ser arrebatadas en cualquier momento.

Una novela cruda, impactante, desgarradora, que relata la vida del indio ecuatoriano y la sociedad de ese entonces con un particular lenguaje, el de la gente del ande, una mezcla de castellano y quechua, con una marcada presencia de diálogos. Una novela de protesta y de denuncia que descubre la terrible situación de los indios quienes vivían en condiciones infrahumanas, con maltrato, sin ningún tipo de derechos y cuyas vidas valían tanto como la de un animal, siendo inevitable que nos horroricemos y nos preguntemos si es posible que se hayan dado este tipo de situaciones. Sin embargo, es sabido por todos que debido a la discriminación racial, a las diferencias socio-económicas y otros factores, la explotación y maltrato hacia los indigenas no es ajena aún en la actualidad en muchos lugares del mundo.

Es así que, mediante las vivencias de dos familias, la de Alfonso Pereira y la de Andrés Chiliquinga, terratenientes e indígenas, opresores y oprimidos, Icaza nos involucra en una dura realidad de forma explícita, nos hace vivir la humillación, el hambre, la desesperación, la degradación, el frio y el dolor, pero también el amor, la fuerza, el orgullo y la esperanza. ¡Muy recomendable!   





Después de limpiarse en el revés  de la manga de la cotona el rostro escarchado por el sudor y por la garúa, después de arrollarse los anchos calzones de liencillo hasta las ingles, después de sacarse el poncho y doblarlo en doblez de pañuelo de apache, los indios nombrados por el amo presentaron humildemente sus espaldas para que los miembros de la familia Pereira pasen de las bestias a ellos.Pág. 14


El mayordomo cumplió con diligencia y misterio la orden. Y esa misma tarde, arreando a un grupo  de indias, llegó al corredor grande de la casa de la hacienda  que daba al patio. Los patrones -esposa y esposo- miraron y remiraron entonces a cada una de las longas. Pero doña Blanca, con repugnancia de irrefrenable mal humor que arrugaba sus labios, fue la encarcargada de hurgar y mansear tetas y críos de las posibles nodrizas para su nieto.Pág. 30 


A los tres días de aquello, Chiliquinga quiso levantarse. Se movió con enorme pesadez. Dos, tres veces. Luego, ante el fracaso de la voluntad, se quedó tendido en el suelo, quejándose como un borracho. Y cuando llegó el capataz del acial  fue nula. - ¡Carajo! Hay que ver lo que tiene este indio pendejo. Indio vago. De vago no más está así. Se hace... Se hace... - gritó el Tuerto Rodríguez tratando e justificar su crueldad con el herido- latigazos, patadas, que nada consiguieron.Fue entonces cuando el coro de leñadores que rodeaban la escena se atrevió a opinar:- Pobre Andrés.- Comu brujiadu.- Con sueñu de diablu.- Ave María.- Taiticu.- El cuichi.- La pata.- La pata sería de verle.Y uno de los indios, el más caritativo y atrevido, se acercó al enfermo y le abrió cuidadosamente  la venda del pie. El trapo sucio manchado de sangre, de pus y de lodo al ser desenvuelto despidió un olor a carroña.Pág. 51

Como el cura trató en ese instante de alzar los brazos y los ojos al cielo siguiendo su vieja costumbre de dialogar con la Corte Celestial, el indio suplicó, apuradísimo:- Nu, taiticu. Nu levantéis brazus...-¿Qué respondes, entonces? Treinta y cinco, veinticinco...- Ahura, taiticu...- En el otro mundo todo es al contado.- Así será, pes. Vo a conseguir platica, pes, entonces. Ojalá Taitita Dius ayude, pes.- Tienes que sacarte de donde quiera. La salvación del alma es lo primero. El alma de un ser querido. De la pobre Cunshi. Tan buena que era. Tan servicial...- opinó el párroco presentando una cara compungida y lanzando un profundo suspiro.Pág. 158  



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