Juegos prohibidos
Título original:Les jeux interdits
Autor: François Boyer
Género: Novela
Editorial: Plaza & Janés
Traducción: Domingo Pruna
Portada: J. Palet
Año: 1971Páginas: 123
Año de la primera edición: 1947
Un relato exquisito, despiadado y atroz, en el que Paulette y Michel, protagonistas de la novela, obsesionados por la idea de la muerte, acaban por jugar a ella. Este es, en realidad, el tema de este libro sin par. No obstante, su lectura resulta agradable porque François Boyer, perfecto conocedor del alma infantil, se adentra con sagacidad y ternura en este mundo misterioso, ofreciéndonos multitud de detalles de enorme fuerza sugestiva dentro de su sencillez; y porque, además, posee el suficiente buen gusto para soslayar cuanto pudiera enturbiar la maravillosa poesía que encierra Juegos prohibidos.
(Texto extraído de la contraportada)
Paulette es una niña francesa que pierde a sus padres en un ataque aéreo por parte de las fuerzas alemanas, cuando se dirigían al sur por la carretera junto a otros cientos de compatriotas ante la invasión del ejército alemán. La niña queda huerfana, y apartada de los sobrevivientes de la caravana, camina sin rumbo encontrándose con Michel, el hijo menor de los Dollé, quien la llevará a su casa siendo acogida por estos, pero la guerra, tiene sus efectos y estos niños no se mantendrán ajenos a lo que sucede a su alrededor.
Teniendo como fondo el terrible escenario de la Segunda Guerra Mundial, François Boyer nos introduce en una conmovedora historia que plasma las repercusiones de la guerra en los niños. De la forma violenta en el que sus mundos de ternura e inocencia se diluyen viéndose bruscamente expuestos ante la tragedia y la muerte, hechos que no logran entender del todo dada su poca edad y cuyo trauma se verá reflejado en sus juegos.
Es un libro que con acierto logra desglosar el mundo de los
niños, y las consecuencias de verse enfrentados de golpe a un mundo de adultos. Una novela que muestra crudeza pero que también nos inspira ternura e ingenuidad. Es una maravilla que en tan pocas hojas, Boyer logre impactar y conmover tanto. Es sin lugar a dudas uno de los mejores libros que he leído este año.
Cuando iba a alcanzarla, la vaca reemprendió la carrera y luego se paró. Michel se impacientó y le tiró un pedrusco. De nuevo la vaca arrancó, y a los gritos de Michel aceleró, fue derecha a los zarzales, dudó un instante y consiguió infiltrarse ruidosamente. Michel oyó el ruido de las pezuñas en el agua: floc, floc, floc...
A su vez atravesó la cortina de arbustos, advirtió anchas huellas de cieno amarillo en el agua clara del arroyo y vió en la otra orilla al animal que le observaba con calma.
Los ojos de Michael se nublaron. Todavía intentó articular algunas palabrotas, pero el sonido se le quedaba en la garganta. Gordos lagrimones trazaron un surco en sus mejillas grises de polvo y resopló con fuerza una y otra vez.
-¡Ven!- logró gritar, suplicante.
Luego se adosó a un viejo sauce y dejó correr las lágrimas con una especie de alivio, mientras contemplaba las largas ramas del árbol que le cobijaba con sus hojas verde pálido.
- Sauce llorón, sauce llorón, sauce llorón - repitió en voz baja.
Pág. 18
- Chucho bonito...
Sobreponiéndose, logró tocar al perro con el dedo, levemente; luego trazó suavemente un largo surco en su pelaje blanco, evitando las manchas negras. El contacto se hizo menos desagradable. Se envalentonó posó un segundo dedo, trazando dos líneas paralelas, y luego ya fue toda la mano que trató de aplicar sobre una mancha negra. Intentó una breve caricia y se dio cuenta de que, cerrando los ojos, el pelo negro y el pelo blanco eran iguales, ni mas caliente, ni más frío, ni más áspero uno que otro. A cada movimiento había una pequeña mata hirsuta que arañaba un poco la palma de la mano y luego venía una ancha playa sedosa y suave.
Paulette tomó al perro en brazos y, al igual que ayer, lo estrechó vigorosamente. Luego, a pulso, lo levantó verticalmente. Los miembros seguían rígidos; pero la cabeza colgaba inerte con las orejas caídas y los ojos cerrados. Paulette levantó un párpado ligeramente y retiró el dedo asustada. Después lo contempló largo rato en silencio y de pronto lo hizo brincar sobre las patas traseras.
- ¡Ponte guapo!
Pag. 34
- ¿Quién se lo ha dicho?
- Dios lo sabe todo, hijo mío- dijo el cura.
Michel guiñó los ojos maliciosamente.
- Usted no es Dios, señor cura.
- No, pero casi casi, hijo mío.
Pág. 40
En el nombre de Mí, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén - articuló la voz del Padre.
- En el nombre del Padre, y de Mí y del Espíritu Santo. Amén - masculló la voz del Hijo.
- En el nombre del Padre, del Hijo y de Mí. Amén - zumbó la voz del Espíritu Santo.
- En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén - resumió Paulette, que de pronto lo vio todo negro...
Pág. 43
- ¡Toma! - le dijo Michel dulcemente.
Paulette se sobresaltó y vio ante sí al topo chorreante aún de agua del arroyo. Se volvió hacia Michel y se sentó:
- ¿Has ido a buscarlo al agua?
- Claro - dijo Michel.
Paulette cogió el topo entre sus manos. Michel quería volverla a la razón:
- Ya ves que está muerto.
- No importa - dijo Paulette.
Y acarició con dulzura al animal muerto.
Pág. 47
Paulette reflexionó largamente. Las oraciones es algo que se recita muy aprisa, haciendo psch, psch, psch, psch, como el señor cura. Repitió tres veces muy a prisa: "Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; bendito es el fruto de tu vientre, Jesús", pero aun muy aprisa, aun en voz baja, eso no sonaba psch, psch, psch, psch, psch, psch...
Pág. 59
- ¿Quién se lo ha dicho?
- Dios lo sabe todo, hijo mío- dijo el cura.
Michel guiñó los ojos maliciosamente.
- Usted no es Dios, señor cura.
- No, pero casi casi, hijo mío.
Pág. 40
En el nombre de Mí, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén - articuló la voz del Padre.
- En el nombre del Padre, y de Mí y del Espíritu Santo. Amén - masculló la voz del Hijo.
- En el nombre del Padre, del Hijo y de Mí. Amén - zumbó la voz del Espíritu Santo.
- En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén - resumió Paulette, que de pronto lo vio todo negro...
Pág. 43
- ¡Toma! - le dijo Michel dulcemente.
Paulette se sobresaltó y vio ante sí al topo chorreante aún de agua del arroyo. Se volvió hacia Michel y se sentó:
- ¿Has ido a buscarlo al agua?
- Claro - dijo Michel.
Paulette cogió el topo entre sus manos. Michel quería volverla a la razón:
- Ya ves que está muerto.
- No importa - dijo Paulette.
Y acarició con dulzura al animal muerto.
Pág. 47
Paulette reflexionó largamente. Las oraciones es algo que se recita muy aprisa, haciendo psch, psch, psch, psch, como el señor cura. Repitió tres veces muy a prisa: "Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; bendito es el fruto de tu vientre, Jesús", pero aun muy aprisa, aun en voz baja, eso no sonaba psch, psch, psch, psch, psch, psch...
Pág. 59
Juego prohibidos fue llevado al cine y se estrenó en Francia en 1952 bajo la dirección de René Clément y como miembros del reparto: Brigitte Fossey, Georges Poujouly, Lucien Hubert, Suzanne Courtal, Jacques Marin, entre otros, obteniendo ese año los siguientes premios:
- Oscar, Premio especial a la mejor película de habla no inglesa.
- Premio Círculo de críticos de New York a mejor película extranjera.
- León de Oro en el Festival de Venecia
- Premios Bafta a mejor película.