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Enigma para fantoches - Patrick Quentin





Enigma para fantoches
Patrick Quentin
Novela
Título original: Puzzle for puppets
Traducción: M. D. A. de Derisbourg
Tapa: José Bonomi
Emecé editores
248 pág.
1951
Año de la primera publicación: 1949




El teniente Pedro Duluth, integrante de la marina norteamericana llega a San Francisco para encontrarse con su esposa, la actriz dramática Iris Pattison, y pasar unos días de vacaciones con ella en esa ciudad después de estar bastante tiempo en un campo de entrenamiento en Japón. A partir de ese momento se van a dar una sucesión de hechos de lo más extraños, difíciles y peligrosos, girando todo, misteriosamente, en torno a una rosa roja y una roja blanca... 






Patrick Quentin es el seudónimo con el que varios autores, entre ellos, Richard W. Webb y Hugh C. Wheeler han firmado una serie de libros de enigmas dentro del género de la novela negra, siguiendo la tendencia clásica de la escuela norteamericana de novelas policíacas.

Narrado en primera persona -por el teniente Duluth- este libro nos va llevando por una serie de inusitados sucesos que hace que nos mantengamos intrigados desde un inicio y a la expectativa del desarrollo y fin de la trama. Los esposos Duluth se ven involucrados en hechos de los más extraños, y a pesar de los esfuerzos que realizan para salir bien librados terminan aún más comprometidos, convirtiéndose en unas marionetas de las circunstancias donde no solo peligra sus libertades sino también sus vidas. Los detectives Guillermo Dagget y Hatch William los ayudarán a tratar de resolver todo este entramado. El final trae sorpresas y si bien me deja satisfecha, creo que el descenlace se alarga mucho, lo que agota un poco. Asimismo, las coincidencias y algunas actitudes de los personajes hacen que la historia no llegue a convencerme completamente. Sin embargo, estoy segura que pasarán buenos momentos con su lectura.











 


 





Marineros, miles de marineros semejantes a una plaga de langostas azules paseábanse de arriba a abajo por la calle del Mercado. Claro que aportaban color, fuerza chispeante y todo lo demás que se supone deben aportar a una escena los marineros. Después de tres meses desordenados en un campo de ejercicios navales al norte de la costa, había ya absorbido color y vigor marítimos en abundancia para mantenerme indefinidamente. Los marineros -dándonos empellones a Iris y a mí que queríamos abrirnos paso hacia adelante- no eran sino otra de las cosas que conspiraban contra nuestro fin de semana, lo mismo que los hoteles repletos y la falta de taxis.
Pág. 9



Iris gusta de parecer más hermosa que nadie, pero aquella noche estaba más hermosa que nunca...
Pag. 36



Tuve bastante sentido común para no darle la dirección exacta.
- Llévame a la intersección del bulevar del Ocaso y Sloat. Vamos ligero.
- ¡A Sloat y Estacas! -Cecilio Grey puso el coche en marcha. Volvió a reírse entre dientes-. Eso está lejos; allá por el zoológico. ¿De manera que sospechas  que una de las jirafas es agente japonés? 
Se rió de su propio chiste creyéndolo graciosísimo. Todavía estaba riéndose cuando enfiló  por la calle del Mercado y, corriendo por ella, entró en la de Mac Allister para seguir derecho hasta el parque de la Puerta Dorada. ¡Que se riera hasta reventar! A mí me importaba un comino. Yo me sentía contento porque iba ganando minutos preciosísimos en mi carrera de obstáculos para llegar a la casa de Lina Oliverio Wendell Holmes Brown.
Pág. 98



- Sí- dijo. En sus ojos se reflejó una mirada lejana. Dulcemente cantó-: Que caiga la lluvia y soplen los vientos, podremos a los bastardos sangrientos.
Me quedé mirándola.
- ¿Te has vuelto loca?
Meneó la cabeza.
- No, querido. Eso es algo que leí en un libro, siendo niña. Acostumbraba fascinarme. Eulalia y yo pasamos un verano entero recitándolo junto a una parva de paja en la finca del abuelo. -Hizo una muerca retorcida-. ¡Pobre Eulalia! Los bastardos sangrientos se apoderaron de ella, ¿no te parece?
Pág. 122