Jinojito el lila (Cuadernos de párvulo)
Autor: Jaime Campmany
Género: Novela
Editorial: Espasa Calpe
Dedicatoria: "A mi hija Laura, que se llama como la bisabuela y ha salido a ella"
Cubierta: Superstock
Año: 1998
Páginas: 268 Año de la primera edición: 1977
Jaime, apodado Chilindres por sus amigos de la escuela, es un niño muy inteligente y que tiene inclinación por la escritura. Es por ello que se verá animado a escribir una serie de relatos acerca de sus vivencias escolares y, sobretodo, a narrar la historia de uno de su compañeros de aula, un pequeño muy miedoso pero de buenos sentimientos llamado José Luis, conocido por todos como Jinojito el lila, blanco de las burlas y el acoso escolar.
Jaime Campmany nos trae una novela donde se describe con gran acierto el mundo de los niños en sus primeros años escolares. No solo la ingenuidad, la ternura y la alegría que pueden derrochar sino también el egoísmo y la crueldad que pueden expresar contra otros niños.
Este libro quedó en el tercer lugar al Premio Nadal el año 1976. Está dividido en diez cuadernos, los cuales son en realidad diarios donde el Chilindres plasma sus vivencias en el hogar, en su escuela y en el barrio donde vive, así también llegamos a conocer a sus compañeros, profesores y vecinos, siendo inevitable que lleguemos a tener cariño por más de uno de estos personajes.
Jinojito el lila es más que una novela de aventuras infantiles. El autor no se guarda nada. El Chilindres, un niño despierto y curioso que nos hace cómplices de sus vivencias sin restricciones, por ello no es de asombrarse que seamos testigos del despertar de su sexualidad, sin pudores de ningún tipo. Por otro lado, desde un inicio estamos intrigados por saber qué le ocurrió a Jinojito y por qué el Chilindres decide escribir sobre él y recordarlo con nostalgia.
Es un libro que tiene que ser leído de a poquitos, con descansos. Digo esto porque si bien las anécdotas del niño narrador gustan mucho, en su conjunto llegan a ser algo pesadas, quizás por el lenguaje repetitivo y atropellado empleado por el autor para que el personaje principal resulte creíble, lo que definitivamente logra conseguir, sin embargo, el lector puede llegar a saturarse y sentir deseos de abandonar la lectura. Por ello creo que Jinojito el lila hubiera tenido mejor suerte como una novela corta. Su extensión, sin duda, le resta puntos.
Que yo me acuerde, nos han pasado a Vergara y a mí, los primeros. Lo de que pasaban a Vergara ya se sabía, porque lo aprende todo muy bien, lo mismo la Historia que la Aritmética, que yo no sé de donde saca tiempo para aprendérselo, porque le tiene que ayudar a su padre cuando sale del colegio. Portales que está siempre escupiendo de pura envidia que le entra por cualquier cosa, dice que a mí me han pasado a la Preparatoria porque don Julio me tiene mimado. Y es que él se quedó el noveno, y ya no lo pasaron. A lo mejor es verdad eso de que don Julio me tiene mimado porque me ayuda siempre cuando me atranco al decir las lecciones, pero también es verdad que yo me sé cosas que no sabe nadie y que sé muy bien la trampa de leer en el libro, cuando me preguntan, con la cabeza levantada como si estuviera mirando a don Julio o a la pizarra, y entonces contesto como si me lo hubiera aprendido de memorieta.
Pág. 22
Me da pena decirlo ahora, pero Jinojito era una calamidad, una desdicha de criatura, como diría la bisabuela. Unas veces porque le entraban los miedos, otras veces porque le entraban las lástimas y, cuando no, porque le entraban las vergüenzas, no se podía contar con él para nada, ni para las carreras de bicis, ni para los partidos de fútbol, ni para cazar pollos con el tirachinas, ni para robar naranjas, ni para las pedreas, ni para bañarnos en la acequia de la Torre de la Marquesa o en el codo del río, más arriba de las Cuatro Piedras, que cubre poco y hay poca corriente. Por eso le decíamos todos que era lila. Y no es que siempre se lo dijéramos aposta para cabrearlo, que él no se cabreaba, pero se entristecía, sino porque de verdad, de verdad, era lila.
Pág. 35
- ¿Por qué lo has hecho?
- Bueno pues, porque alguien tenía que defender a Jinojito, que ninguno quiere ser su hermano de sangre.
- ¿Y por qué será tan lila?
- No sé. Mi madre dice que como no tiene hermanos y como además se cría sin padre y no hay en su casa más que mujeres...
Pág. 43
Cuando al Señor lo crucificaron los judíos, llegaron las golondrinas al anochecer y, una a una, le quitaron las espinas de la corona. Entonces el Señor las hizo más libres que a ningún otro pájaro de la creación, y les mandó a los hombres que no las mataran y que ni siquiera las metieran en jaulas, porque, cuando están cautivas, no pueden volar a su gusto y no quieren comer nada de lo que se les dé, y terminan por morirse de la enfermedad de no tener la libertad que les dio el Señor cuando estaba en la cruz, para irse a un sitio de verano y a otro en invierno, igual que hacemos los de la casa.
Pág. 49
El año pasado cazaron viva una golondrina que se metió en la alcoba de la bisabuela, y entonces ella le puso un lazo de cinta rosa en una pata y la echó otra vez a volar, y está empeñada en que este año tiene que volver la golondrina, porque dice que las golondrinas vuelven siempre, todos los veranos, al mismo sitio donde tenían el nido el año pasado, y que eso es porque son aves que emigran y por eso tienen muy buena memoria para los lugares, y que además, como son pájaros sagrados, son muy fieles, y no como algunas criadas, que después de estar comiendo y durmiendo en la casa cuatro o cinco años, se van por ahí, y si te he visto no me acuerdo. Y dice que eso pasa también con algunos hijos, que se van y ya no vuelven a casa de lo padres y que tú no lo hagas nunca jamás, hijo mío, y cuando yo le pregunto que por qué me dice eso, me contesta que por nada, pero que yo no lo haga nunca y que me acuerde siempre de lo que hacen las golondrinas. Y además de decirme todo eso, se empeña en que me aprenda de memoria una poesía que empieza diciendo:
Pág. 22
Me da pena decirlo ahora, pero Jinojito era una calamidad, una desdicha de criatura, como diría la bisabuela. Unas veces porque le entraban los miedos, otras veces porque le entraban las lástimas y, cuando no, porque le entraban las vergüenzas, no se podía contar con él para nada, ni para las carreras de bicis, ni para los partidos de fútbol, ni para cazar pollos con el tirachinas, ni para robar naranjas, ni para las pedreas, ni para bañarnos en la acequia de la Torre de la Marquesa o en el codo del río, más arriba de las Cuatro Piedras, que cubre poco y hay poca corriente. Por eso le decíamos todos que era lila. Y no es que siempre se lo dijéramos aposta para cabrearlo, que él no se cabreaba, pero se entristecía, sino porque de verdad, de verdad, era lila.
Pág. 35
- ¿Por qué lo has hecho?
- Bueno pues, porque alguien tenía que defender a Jinojito, que ninguno quiere ser su hermano de sangre.
- ¿Y por qué será tan lila?
- No sé. Mi madre dice que como no tiene hermanos y como además se cría sin padre y no hay en su casa más que mujeres...
Pág. 43
Cuando al Señor lo crucificaron los judíos, llegaron las golondrinas al anochecer y, una a una, le quitaron las espinas de la corona. Entonces el Señor las hizo más libres que a ningún otro pájaro de la creación, y les mandó a los hombres que no las mataran y que ni siquiera las metieran en jaulas, porque, cuando están cautivas, no pueden volar a su gusto y no quieren comer nada de lo que se les dé, y terminan por morirse de la enfermedad de no tener la libertad que les dio el Señor cuando estaba en la cruz, para irse a un sitio de verano y a otro en invierno, igual que hacemos los de la casa.
Pág. 49
El año pasado cazaron viva una golondrina que se metió en la alcoba de la bisabuela, y entonces ella le puso un lazo de cinta rosa en una pata y la echó otra vez a volar, y está empeñada en que este año tiene que volver la golondrina, porque dice que las golondrinas vuelven siempre, todos los veranos, al mismo sitio donde tenían el nido el año pasado, y que eso es porque son aves que emigran y por eso tienen muy buena memoria para los lugares, y que además, como son pájaros sagrados, son muy fieles, y no como algunas criadas, que después de estar comiendo y durmiendo en la casa cuatro o cinco años, se van por ahí, y si te he visto no me acuerdo. Y dice que eso pasa también con algunos hijos, que se van y ya no vuelven a casa de lo padres y que tú no lo hagas nunca jamás, hijo mío, y cuando yo le pregunto que por qué me dice eso, me contesta que por nada, pero que yo no lo haga nunca y que me acuerde siempre de lo que hacen las golondrinas. Y además de decirme todo eso, se empeña en que me aprenda de memoria una poesía que empieza diciendo:
Volverán las oscuras golondrinas
de tu balcón los nidos a colgar,
que ya me la sé casi entera, y que me la aprendo para darle gusto a la bisabuela, que yo la quiero mucho y que ella me dice que me quiere más que a nadie de esta casa, sobre todo desde que se murió su hijo, que era mi abuelo.
Pág. 49
Lo mejor que se puede hacer después de comer, que los mayores se acuestan a dormir la siesta, es venirse a la terraza de Levante, que está fresca porque siempre sopla un poco de aire, y aquí me siento a leer los cuentos de la colección Araluce o las novelas de Julio Verne o de Emilio Salgari, o a mirar las estampas de la colección encuadernada de Blanco y Negro, que trae cosas de las batallas de la guerra de África, o de la Ilustración Española y Americana, que hay que cogerlas a escondidas de la biblioteca que era del abuelo y que no nos las dejan tocar a los niños. O me pongo a escribir en el cuaderno lo que estoy escribiendo, y que lo escondo, para que nadie lo lea, en la covacha que hay debajo de la escalera del vestíbulo, donde se guardan cosas viejas que nadie busca nunca, aparte del espolsador y de la escoba, y donde me encierran cuando me castigan.
Pág. 57
De vez en cuando nos miraba a alguno de los que él más quería con una mirada tan dulce y tan triste que se nos quedaban quietos los labios, a medio abrir, en el canto de llevar la cuenta de los palmetazos y en la risa que nos daba por lo que estaba pasando. Y entonces, al ver que uno cualquiera de nosotros le tenía compasión, él le sonreía por entre las lágrimas, o al revés, rompía a llorar con mucho desconsuelo, que era lo que esperaba don Julio para acabar de darle palmetazos y para que se le pusiera en la cara un gesto de haber ganado una apuesta.
Pág. 66
La bisabuela también se pone a mi favor, pero sólo de palabra, sin moverse del sillón o de la mecedora. Levanta la ceja y le dice a mi madre que eso de los azotes no es un buen sistema de educación, que el lenguaje de los palos no lo entienden más que las caballerías, y que para conseguir que yo no haga barrabasadas hay que utilizar el convencimiento y la persuasión, que aunque yo no sé lo que significa esa palabra, ya entiendo que lo que quiere decir las bisabuela es que me digan cosas por las buenas en vez de castigarme por las malas. Y es verdad que las malas me cuesta mucho trabajo arrepentirme, y en lugar de enmendarme empiezo a pensar en otras diabluras más gordas. Luego, por la noche, la bisabuela viene a mi cama a consolarme, y a decirme que en esa casa ella es la única que me entiende y que si fuera hijo suyo haría de mí un niño muy dócil y muy cariñoso, porque mi abuelo era lo mismo que yo cuando tenía mi edad, y después ha sido un hijo muy bueno y se hizo doctor en Derecho a los veintidós años y alcalde a los veintiséis, y diputado a Cortes y director general y todo lo demás.
Pág. 147
Juanita estaba encima de la cama leyendo y yo me había quedado al lado de la puerta, de pie, y sin saber a qué podía jugar o cómo podía entretenerme, y cómo no tenía otra cosa que hacer empecé a mirarla sin decirle nada porque la bisabuela me tiene dicho que a las personas que están leyendo no se les debe hablar como no sea para una cosa muy urgente.
Pág. 182
... entonces me fui corriendo a la alcoba de mi madre y me metí con ella en su cama y empecé a darle abrazos y besos. Ella me preguntó que qué te pasa, hijo mío, y por qué lloras tanto.
- Es que tú te morías y yo quería que me enterraran contigo.
Pág. 232
Me puse a leer sin hacerle caso, que estaba leyendo un libro de Julio Verne donde sale el correo del Zar, que lo dejan ciego quemándole los ojos con un hierro ardiendo, pero que luego resulta que no lo dejan ciego porque él se puso a llorar y el hierro se apagó con el agua de las lágrimas, y que yo no sé por qué dicen que los hombres no tienen que llorar, porque algunas veces, como en este libro, viene muy bien llorar, y si a mí alguna vez me quieren quemar los ojos con un hierro ardiendo como al correo del Zar, voy a ponerme a llorar, aunque sea hombre...
Pág. 235
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Lo mejor que se puede hacer después de comer, que los mayores se acuestan a dormir la siesta, es venirse a la terraza de Levante, que está fresca porque siempre sopla un poco de aire, y aquí me siento a leer los cuentos de la colección Araluce o las novelas de Julio Verne o de Emilio Salgari, o a mirar las estampas de la colección encuadernada de Blanco y Negro, que trae cosas de las batallas de la guerra de África, o de la Ilustración Española y Americana, que hay que cogerlas a escondidas de la biblioteca que era del abuelo y que no nos las dejan tocar a los niños. O me pongo a escribir en el cuaderno lo que estoy escribiendo, y que lo escondo, para que nadie lo lea, en la covacha que hay debajo de la escalera del vestíbulo, donde se guardan cosas viejas que nadie busca nunca, aparte del espolsador y de la escoba, y donde me encierran cuando me castigan.
Pág. 57
De vez en cuando nos miraba a alguno de los que él más quería con una mirada tan dulce y tan triste que se nos quedaban quietos los labios, a medio abrir, en el canto de llevar la cuenta de los palmetazos y en la risa que nos daba por lo que estaba pasando. Y entonces, al ver que uno cualquiera de nosotros le tenía compasión, él le sonreía por entre las lágrimas, o al revés, rompía a llorar con mucho desconsuelo, que era lo que esperaba don Julio para acabar de darle palmetazos y para que se le pusiera en la cara un gesto de haber ganado una apuesta.
Pág. 66
La bisabuela también se pone a mi favor, pero sólo de palabra, sin moverse del sillón o de la mecedora. Levanta la ceja y le dice a mi madre que eso de los azotes no es un buen sistema de educación, que el lenguaje de los palos no lo entienden más que las caballerías, y que para conseguir que yo no haga barrabasadas hay que utilizar el convencimiento y la persuasión, que aunque yo no sé lo que significa esa palabra, ya entiendo que lo que quiere decir las bisabuela es que me digan cosas por las buenas en vez de castigarme por las malas. Y es verdad que las malas me cuesta mucho trabajo arrepentirme, y en lugar de enmendarme empiezo a pensar en otras diabluras más gordas. Luego, por la noche, la bisabuela viene a mi cama a consolarme, y a decirme que en esa casa ella es la única que me entiende y que si fuera hijo suyo haría de mí un niño muy dócil y muy cariñoso, porque mi abuelo era lo mismo que yo cuando tenía mi edad, y después ha sido un hijo muy bueno y se hizo doctor en Derecho a los veintidós años y alcalde a los veintiséis, y diputado a Cortes y director general y todo lo demás.
Pág. 147
Juanita estaba encima de la cama leyendo y yo me había quedado al lado de la puerta, de pie, y sin saber a qué podía jugar o cómo podía entretenerme, y cómo no tenía otra cosa que hacer empecé a mirarla sin decirle nada porque la bisabuela me tiene dicho que a las personas que están leyendo no se les debe hablar como no sea para una cosa muy urgente.
Pág. 182
... entonces me fui corriendo a la alcoba de mi madre y me metí con ella en su cama y empecé a darle abrazos y besos. Ella me preguntó que qué te pasa, hijo mío, y por qué lloras tanto.
- Es que tú te morías y yo quería que me enterraran contigo.
Pág. 232
Me puse a leer sin hacerle caso, que estaba leyendo un libro de Julio Verne donde sale el correo del Zar, que lo dejan ciego quemándole los ojos con un hierro ardiendo, pero que luego resulta que no lo dejan ciego porque él se puso a llorar y el hierro se apagó con el agua de las lágrimas, y que yo no sé por qué dicen que los hombres no tienen que llorar, porque algunas veces, como en este libro, viene muy bien llorar, y si a mí alguna vez me quieren quemar los ojos con un hierro ardiendo como al correo del Zar, voy a ponerme a llorar, aunque sea hombre...
Pág. 235
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